Progresismo Evangélico vs la Verdad del Evangelio



En primer lugar, deseo expresar mi gratitud a nuestro Dios y Padre de la Verdad, así como a Jesucristo, por los dones otorgados a través del Espíritu Santo para servir y edificar al pueblo de Dios. El propósito de mi intervención hoy se centrará en la defensa de la fe contra aquellos falsos hermanos que han infiltrado las iglesias de los santos.


Quiero explorar con ustedes cómo las corrientes de pensamiento del progresismo evangélico impactan en las vidas de las congregaciones locales, buscando destruir nuestra fe y nuestras comunidades, llevándonos, en última instancia, a una esclavitud de filosofías humanas de carácter diabólico que nada tienen que ver con las enseñanzas del Padre de las luces. Es fundamental comprender que, a pesar de los avivamientos a lo largo de la historia de la iglesia, las ideas progresistas persisten y continúan contaminando nuestra fe.


Contrario a lo que algunos puedan argumentar, los datos y evidencias respaldan la idea de que las iglesias que se aferran a la verdad de las Escrituras, a la comunión de los santos, a la oración y a la autenticidad de las relaciones, experimentan crecimiento en número y en espiritualidad en comparación con aquellas influenciadas por el ideario del evangélico progresista. Además, el alejamiento de la fe apostólica, de las enseñanzas de la sola Escritura y la firme creencia en la resurrección de Cristo como un hecho cierto, no solo es cuestionada, sino negada por ellos. Destacar estos hechos es crucial para desmontar los argumentos infundados del evangélico progresista.


Si observamos la experiencia de las iglesias que buscan una vida llena del Espíritu a través del estudio de la Palabra de Dios, vemos cómo avanzan y crecen, mientras que aquellas que abrazan el progresismo evangélico se sumergen en prácticas que distorsionan la esencia misma de la fe. Este ejemplo ilustra no solo diferencias doctrinales, sino también la dinámica inherente al evangelicalismo progresista y su impacto negativo en las congregaciones que lo abrazan.


El evangelicalismo progresista no solo representa un riesgo para la salud espiritual de la iglesia, sino también una amenaza para la vida misma de la congregación y de aquellos que abrazan su filosofía. Siguiendo la lógica de Pablo, que instaba a sacar de en medio al que tenía como amante a la esposa de su propio padre, no hay soluciones intermedias. Ser complacientes con ellos conducirá a una mayor aceptación y propagación de las ideas evangélicas progresistas, lo que llevará, en última instancia, a la decadencia de la congregación que las abraza.


Es esencial comprender que no hay espacio para soluciones intermedias. Cualquier intento de compromiso solo alimentará el crecimiento del progresismo evangélico y, en última instancia, la desaparición de la auténtica fe y del Espíritu del Señor en esa congregación. Será como la Iglesia de Laodicea, donde Cristo golpea la puerta desde afuera porque no está presente dentro. Por lo tanto, es imperativo no ceder a la tentación de buscar soluciones a medias, ya que estas solo perpetuarían el ciclo destructivo del evangelicalismo progresista.


La historia y la experiencia nos enseñan que el liberalismo teológico y el evangelicalismo progresista generan la producción masiva de iglesias que se asemejan a Laodicea. Cada idea progresista evangélica que afecta a la iglesia conduce a un mayor alejamiento de la guía del Espíritu, provocando menos vida espiritual en la congregación. Estas disfunciones, lejos de reconocerse como resultados de las ideas progresistas, a menudo se utilizan como justificación para promover otras ideas de este tipo. Así, el ciclo continúa, debilitando cada vez más los fundamentos de la fe y de la vida eclesiástica.


En este punto, quiero transmitir un mensaje claro: no hay lugar para la tibieza en esta lucha. No podemos permitirnos soluciones intermedias, ya que estas solo sirven para alimentar el crecimiento del progresismo evangélico y, eventualmente, la muerte espiritual de la congregación. Debemos abordar esta batalla con determinación y convicción, reconociendo que somos la iglesia, columna y baluarte de la verdad, una verdad que el progresista evangélico relativiza.


No debemos temer la confrontación con las ideas del progresismo evangélico. Frente a acusaciones de legalismo y falsas acusaciones de falta de misericordia o llamados a no juzgar, debemos recordar que estamos respaldados por la inerrante Palabra de Dios. Las Escrituras no mienten. Cada vez que presentamos evidencia de la Palabra de Dios, somos acusados de ser legalistas o de carecer de compasión y gracia. Ante estos argumentos, debemos mantenernos firmes y recordarles que Jesús es el Cristo, que ha resucitado como un hecho ciertísimo, y no hay forma de tergiversar ese hecho.


Es interesante observar cómo, frente a la verdad de la resurrección del Hijo de Dios, el progresista evangélico recurre a la excusa de que les importa más la vida de Jesús en la tierra que la resurrección, considerándola una historia inventada por los discípulos. Argumentan que, con nuestros avances actuales, podemos comprender esto de manera diferente. Sin embargo, la realidad de la resurrección de Cristo es un hecho que nos capacita para vivir la vida que Cristo vivió aquí en la tierra mediante el poder del Espíritu Santo. Estas verdades son negadas por el progresista evangélico.


Tomemos como ejemplo las iglesias en Estados Unidos que han abrazado la verdad de la Palabra de Dios. Estas iglesias, arraigadas en las Escrituras, han experimentado crecimiento, mientras que aquellas que han abrazado las ideas del liberalismo y el progresismo evangélico están al borde de la desaparición. Esto demuestra que no se trata simplemente de diferencias de perspectiva, sino que el sistema mismo marca la diferencia. Además, la necesidad de recurrir a la ayuda del Estado para mantener a estas iglesias a flote es una evidencia de la fragilidad del evangelicalismo progresista.


Es crucial comprender los riesgos inherentes al progresismo evangélico y su comportamiento dinámico. Como señalaba Pablo en la carta a los Gálatas, no existe otro Evangelio. Solo tenemos el Evangelio proclamado desde la era apostólica, que afirma que Jesús es el Cristo que murió por nuestros pecados, resucitó conforme a las Escrituras y es un hecho ciertísimo. Cualquier otro mensaje que ponga en duda esta verdad por algún pseudo evangélico conduce inexorablemente al evangelicalismo progresista. Cuando alguien afirma que solo importa la vida de Jesús o que la resurrección de Cristo es un metarrelato o una invención de los discípulos, está sugiriendo que Dios no es capaz de intervenir en su creación con hechos portentosos, como relatan las Santas Escrituras. Esta premisa es falsa, ya que los progresistas evangélicos son hijos del padre de las mentiras.


En cada instancia en la que la garra del evangelicalismo progresista se ha extendido hacia iglesias vigorosas, se ha presenciado un decaimiento de la vida espiritual de la congregación. Este decaimiento exige más intervenciones sociales derivadas del evangelicalismo progresista, creyendo que la ayuda social es la prioridad de la congregación.


En conclusión, quiero dejar claro que esta lucha no es para los tibios. No hay espacio para otros evangelios ni para los evangélicos progresistas, que en última instancia son funcionales al socialismo y al comunismo. Debemos abrazar con valentía la batalla que es inherente al Evangelio, proclamando el triunfo del Resucitado contra el pecado, el mundo y Satanás. Estamos del lado de Aquel que alcanzó la victoria; el triunfo de Cristo es nuestro triunfo. No debemos temer, porque el Cristo Resucitado y Glorificado está de nuestro lado.


En cuanto a la supuesta superioridad moral o intelectual que algunos atribuyen al evangélico progresista, es importante desmitificar esta idea. Los valores sobre los que se construye el progresismo evangélico, como la mentira, la duda, la falta de fe y la negación de toda acción milagrosa del Espíritu Santo, no deben ser pasados por alto. No podemos olvidar que el progresismo evangélico no cree posible la intervención milagrosa en la vida del ser humano. Frente a esto, nosotros proclamamos la verdad de que nuestro Dios es fiel, que cumple sus promesas, que actúa con misericordia y que es tardo para la ira. Este Dios fiel se nos ha revelado en la persona del Hijo de Dios, es decir, el Cristo Resucitado. Este Evangelio se basa en el principio fundamental de que Dios es fiel, actúa con fidelidad, rectitud y misericordia, y se nos ha revelado al resucitar a Cristo de entre los muertos. Ese es nuestro Dios.


No tengan miedo de enfrentarse al evangelicalismo progresista, heredero del liberalismo teológico que niega toda existencia de verdad absoluta y que solo defiende un conjunto de enseñanzas cuyo único vínculo es su origen, proveniente del mismo diablo. Diablo que los progresistas evangélicos niegan su existencia. Esta batalla no es contra carne, es una batalla espiritual. Debemos enfrentar valientemente a los progresistas evangélicos que están infiltrando nuestras iglesias y confrontarlos con la verdad gloriosa del Evangelio de nuestro Dios. No permitamos que nos acusen de legalistas o de promover el discurso del odio cuando presentamos a Cristo muerto y resucitado como el único camino al Padre. La verdad está de nuestro lado.




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