Restauración y Redención: La Justicia de Dios a través de la Misericordia y la Fidelidad en el Kerigma Apostólico

Para abordar el complejo y rico tema de la justicia de Dios desde una perspectiva bíblica hebrea, es imprescindible entender que estamos ante una concepción profundamente entrelazada con los conceptos de misericordia, fidelidad, y redención. A través de este ensayo, exploraremos cómo la justicia divina, lejos de ser un instrumento de venganza, actúa como un mecanismo de restauración y liberación, enfatizando la interpretación de la teología evangélica a través del kerigma apostólico y evitando las influencias de la filosofía griega clásica.

La justicia de Dios (en hebreo, צדקה, "tsedaka"), más que un atributo aislado, se presenta en la Escritura como una cualidad intrínsecamente relacionada con Su Palabra, con Su carácter misericordioso y fiel, junto con su longanimidad. Este concepto se despliega de manera singular en los salmos, donde se observa una sinonimia entre justicia, misericordia, y fidelidad, lo que demuestra que estas dimensiones de Dios no pueden entenderse separadamente. Por ejemplo, el Salmo 89:14 afirma: "Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; Misericordia y verdad van delante de tu rostro", estableciendo un vínculo indisoluble entre estos aspectos divinos.

La liberación de Israel de Egipto, narrada en el libro de Éxodo, es emblemática al respecto. Este acto, visto por los israelitas como un ejercicio de justicia divina, implicaba la liberación de la opresión y un nuevo comienzo en cumplimiento de las promesas dadas por Dios; sin embargo, para Egipto, significaba la experiencia del juicio, de venganza y de la ira de Dios. Este evento recalca que la justicia de Dios siempre busca la restauración y la liberación de aquellos que son objeto de ella, subrayando la importancia de interpretar los actos de justicia por los suyos (Jueces 5:11) desde la perspectiva de la redención y no desde la venganza. Sin embargo, todos aquellos que buscan impedir la actuación de la justicia de Dios, experimentaran la ira de Dios sobe sus vidas.

El apóstol Pablo, al escribir a los romanos, ofrece una comprensión profunda de esta justicia redentora. En Romanos 1:17, declara: "Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá". Este versículo se hace eco del mensaje del kerigma apostólico, enfatizando que la justicia de Dios se reveló en el Evangelio, es decir, en la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Además, en Romanos 3, Pablo profundiza en la idea del "propiciatorio" (ἱλαστήριον, "hilasterion") como el Trono de Misericordia, ilustrando cómo la justicia divina y la misericordia se encuentran en la obra redentora de Cristo. Cristo, al resucitar y ascender a los cielos, se presenta ante el Trono de la Gracia no solo como intercesor sino como garantía de misericordia para los suyos.

Estas perspectivas neotestamentarias resuenan con la enseñanza de que la justicia de Dios no debe interpretarse a través de las lentes de la penalidad o el castigo, sino como una manifestación de Su fidelidad a la promesa y Su amor incondicional. Tal como se expone en Hebreos 9, Cristo, el Sumo Sacerdote, entra en el Lugar Santísimo celestial no con la sangre de cabritos y becerros, sino con y por su propia sangre, obteniendo eterna redención para nosotros. Aquí, la justicia divina se revela como un acto de fidelidad suprema, ofreciendo liberación y restauración, por la actuación de nuestro redentor en favor de los suyos.

En este marco, es fundamental evitar interpretaciones que introduzcan elementos de la filosofía griega clásica, las cuales pueden distorsionar el entendimiento bíblico hebreo de la justicia divina. La justicia de Dios vista a través de la revelación bíblica, desafía cualquier noción que la equipare con retribución. En cambio, nos invita a contemplar la redención como el corazón de la justicia divina, donde la misericordia y la fidelidad de Dios se manifiestan plenamente en la persona de Jesucristo.

Este enfoque en la justicia como redención y liberación es vital para comprender adecuadamente el mensaje del Evangelio y la naturaleza del Reino de Dios. Al profundizar en la enseñanza apostólica y en las Escrituras Hebreas, se revela que la justicia de Dios no tiene como objeto primario la venganza, sino para transformar, renovar y liberar al pecador de su esclavitud. Esta transformación se evidencia en la vida de los creyentes, quienes son llamados a reflejar esta justicia restauradora en sus propias vidas y comunidades.

El concepto de "propiciatorio" (ἱλαστήριον, "hilasterion") en el Nuevo Testamento, particularmente en la carta a los Hebreos, enfatiza aún más esta idea de redención y restauración. Al describir el sacrificio de Cristo como un acto de propiciación, el texto bíblico nos muestra que, a través de su muerte y resurrección, Cristo revela aquella Justicia de Dios y abre un camino de misericordia y gracia para todos los suyos. Este acto supremo de amor divino y de ser cubiertos por la misericordia de Dios en Cristo (verdadero sentido de la propiciación) subraya que la justicia de Dios se revela finalmente en la entronización de Cristo en los cielos señalada por la sangre, que resultó en la propiciación.

La justicia de Dios, por lo tanto, debe entenderse como un elemento central del kerigma apostólico, que proclama a Jesús como el Cristo que murió y resucitó por nosotros, asegurando nuestra justificación y propiciación por parte de Dios. Esta proclamación es fundamental para la fe cristiana y establece las bases para una comprensión bíblica de la justicia que es esencialmente restauradora y liberadora.

La confusión que a menudo surge al interpretar la justicia divina proviene de una falta de comprensión de la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. La revelación de Dios en Jesucristo es el cumplimiento de las Escrituras Hebreas, no una ruptura con ellas. La justicia de Dios, tal como se revela en Cristo, es coherente con su naturaleza revelada en el Antiguo Testamento como un Dios Fiel de gran misericordia, gran paciencia, tardo para la ira y amor inagotable. Jesús encarna y lleva a plenitud estas cualidades divinas, mostrando que la justicia de Dios siempre tiene como fin último la redención, la salvación y la vida eterna de aquellos que son beneficiarios de sus actos de justicia.

Por lo tanto, una interpretación fiel de la teología evangélica debe basarse firmemente en el kerigma apostólico, entendiendo que la justicia de Dios revelada en Jesucristo trasciende cualquier concepto humano de retribución para ofrecer esperanza y redención. La justicia de Dios, lejos de ser una fuerza destructiva, es el medio a través del cual Dios busca restaurar a toda la creación a una relación correcta consigo mismo, con los demás y con el mundo.

En resumen, la justicia de Dios en el contexto bíblico hebreo es una realidad que no puede ser plenamente comprendida si se le separa de la misericordia y la fidelidad de Dios. Estos tres aspectos esenciales del ser de Dios, intrínsecamente relacionados, forman el corazón del carácter de Dios como se revela en las Escrituras. La justicia divina es, por tanto, un testimonio del deseo de Dios de liberar, restaurar, y redimir a los suyos y a la creación entera. Al reflexionar sobre esta profunda lealtad, amor y compromiso divino, los creyentes somos llamados a vivir de una manera que refleje esta justicia restauradora en el mundo, promoviendo la paz, el amor y la reconciliación en Cristo. Este es el llamado del Evangelio, una invitación a participar en la misión redentora de Dios a través de Jesucristo, siendo agentes de su justicia restauradora en el mundo.

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