Éjida contra la Iglesia


Oh, iglesia, ¿dónde ha quedado tu sentido de rectitud y compasión? Aquellos que deberían ser tus hermanos en Cristo, los hispanos que han emigrado a esta tierra con la fe en el corazón, son tratados con desdén. Aunque han creído en el mismo Cristo que tú proclamas —el Cristo que murió por nuestros pecados y resucitó según las Escrituras—, tu preferencia sigue siendo para aquellos que comparten tus costumbres y nacionalidad, sin importar si han aceptado a Cristo o no. ¿No es esta una traición al Evangelio que predicas?

Has priorizado las leyes de tu nación por encima de la ley de Cristo, que claramente nos llama a amarnos los unos a los otros como hermanos en Cristo y a preferirnos unos a otros en honor. En vez de esto, has dado preferencia a aquellos que comparten tu ciudadanía terrenal, olvidando la ciudadanía celestial que nos une en Cristo. Has permitido que el nacionalismo se eleve por encima del evangelio, desobedeciendo así el mandato de nuestro Señor.

Pero lo más doloroso es la diferencia de trato que brindas a tus hermanos según su capacidad económica. Aquellos que tienen los recursos para obtener sus documentos de manera legal son recibidos y tratados con dignidad, mientras que los indocumentados, que también han creído en Cristo, son marginados y tratados como extranjeros en la misma casa de Dios. ¿Acaso el Señor no nos advirtió contra hacer acepción de personas? (Santiago 2:1-9) Has permitido que el dinero dicte el valor de una vida cristiana en lugar de la gracia de Dios.

Además, has dejado que el Estado se infiltre en los asuntos pastorales de la iglesia, permitiendo que personas ajenas a la fe decidan quién puede ser pastor y quién no. ¿Cómo puedes justificar esta intrusión en lo que debe ser sagrado? Has permitido que el gobierno defina lo que solo Cristo puede determinar. Al impedir al indocumentado con llamado pastoral asumir el ministerio que le ha dado el Espíritu de Dios.

Como consecuencia, aquellos hermanos indocumentados han sido tratados como si fueran una iglesia perseguida, no por las autoridades, sino por sus propios hermanos en la fe. Han sido excluidos de la comunión, negados de su lugar en la iglesia, y dejados a un lado, como si no fueran dignos de recibir la gracia del evangelio. Esta persecución interna es una mancha sobre la iglesia que debe ser limpiada.

Dios, quien ve el corazón y no las apariencias, no dejará que esta injusticia pase desapercibida. El juicio comenzará por Su casa, y Él será el juez de aquellos que, bajo el manto de la fe, han oprimido y marginado a sus propios hermanos. No se puede ocultar ante Él la parcialidad ni el favoritismo. Aquel que dio Su vida por todos los suyos sin distinción, juzgará a los que han preferido obedecer las leyes de los hombres en lugar de Su mandamiento de amarnos unos a otros. Él separará a los fieles de los infieles, y aquellos que han olvidado su deber hacia el hermano serán hallados faltos.

Dios no es sordo al clamor de los que sufren injusticia. Él escucha la voz de aquellos que han sido tratados con desprecio y marginación, y Su corazón se inclina hacia los oprimidos. Como está escrito en Proverbios 21:13: "El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído." Aquellos que han cerrado sus oídos a las súplicas de sus hermanos indocumentados, que han sido tratados como extranjeros en la casa de Dios, no quedarán sin respuesta. Dios ve su dolor, escucha su clamor, y en su tiempo, Él actuará en justicia para vindicar a los oprimidos.

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