TEMAS FUNDAMENTALES PARA ENTENDER LA BIBLIA

  

 

La Misericordia de Dios: Un Acto de Gracia Redentora y Transformadora

La misericordia de Dios es uno de los aspectos más profundos y transformadores de Su carácter. Es un tema que, para mí, va más allá de un simple acto de compasión o perdón; es la manifestación tangible del amor incondicional de Dios hacia Su creación. Entender la misericordia divina es adentrarse en el corazón mismo de Dios, donde Su gracia y bondad se revelan de manera poderosa y redentora.

Desde una perspectiva bíblica, la misericordia de Dios no es un atributo que actúa de manera aislada. Está íntimamente ligada a Su justicia, Su fidelidad, y Su amor. En el Antiguo Testamento, el término hebreo "rahamim" es utilizado para describir la misericordia de Dios, una palabra que evoca la ternura y la compasión de una madre hacia su hijo. Esta imagen maternal subraya la naturaleza protectora y acogedora de la misericordia divina, que busca siempre el bien del ser humano, incluso cuando éste se ha alejado de Dios.

La misericordia de Dios, como la entiendo, no es simplemente la suspensión del castigo merecido; es una fuerza activa que busca restaurar y sanar. Es un acto de gracia que no solo perdona, sino que también transforma. Esta transformación no es solo un cambio superficial, sino una renovación profunda que afecta cada aspecto de la vida del creyente. La misericordia de Dios nos reconcilia con Él y nos invita a vivir de acuerdo con Su voluntad, participando en Su plan redentor para la humanidad.

Uno de los conceptos más ricos y profundos que expresan la misericordia de Dios en el Antiguo Testamento es la palabra hebrea "hesed". "Hesed" se traduce como amor leal, bondad o misericordia, y no se refiere a un acto puntual, sino a la fidelidad constante y comprometida de Dios a Su pacto con Su pueblo. Es una misericordia que perdura, que es leal a pesar de la infidelidad humana. "Hesed" es el fundamento de la relación del creyente con Dios, una relación que no depende de nuestros méritos, sino de la inmutable gracia y fidelidad de Dios. Es este "hesed" el que nos sostiene, el que nos asegura que, a pesar de nuestras fallas, Dios sigue siendo fiel a Su promesa de redención y restauración.

Así como entiendo que la justicia de Dios se define por Su fidelidad a Sus promesas, veo la misericordia de Dios como la expresión de Su fidelidad a Su amor para con los suyos. Ambas, tanto la justicia como la misericordia, son inquebrantables y cumplirán las metas que Dios se ha propuesto para con Su pueblo, sin importar el costo que esto implique a Dios mismo. En la cruz, la justicia y la misericordia de Dios se encuentran de manera perfecta, mostrando que Dios está dispuesto a pagar el precio más alto para asegurar que Su propósito redentor se cumpla. Es en este acto supremo de sacrificio donde ambas se revelan plenamente, no como fuerzas opuestas, sino como complementarias en la obra de salvación.

La Biblia enseña que donde llega la justicia de Dios, también llega la misericordia de Dios, así como Su fidelidad. Estos tres términos se deben entender como diferentes facetas de la fidelidad de Dios. La misericordia enfatiza el amor incondicional y la compasión de Dios hacia Su creación, mientras que la justicia subraya Su fidelidad a Su palabra y a Sus promesas. Ambos aspectos, sin embargo, son expresiones de la misma realidad divina: un Dios fiel que actúa consistentemente en amor y verdad para redimir y restaurar a Su pueblo.

En el Nuevo Testamento, la misericordia de Dios se revela de manera suprema en la persona de Jesucristo. Cristo es la encarnación de la misericordia divina, quien, a través de Su vida, muerte, y resurrección, manifiesta la gracia y la bondad de Dios hacia toda la humanidad. La misericordia de Dios, como se muestra en Cristo, no es una respuesta a nuestros méritos o logros; es un don inmerecido, ofrecido a todos sin distinción. Es en Cristo donde vemos cómo la misericordia de Dios no solo nos salva, sino que nos hace partícipes de Su vida divina.

La misericordia de Dios también está ligada a Su justicia. No es una misericordia que ignora el pecado o lo minimiza, sino que lo enfrenta y lo redime. Dios, en Su misericordia, no solo nos perdona, sino que también nos transforma, haciendo posible una vida nueva en Su presencia. Esta justicia restaurativa es un reflejo de la misericordia divina, donde Dios no solo actúa como juez, sino también como redentor y sanador.

Para mí, la misericordia de Dios también implica un llamado a imitar Su ejemplo en nuestras relaciones con los demás. Jesús enseñó que "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia" (Mateo 5:7). Este llamado a la misericordia no es solo un mandato ético, sino una invitación a participar en la vida divina. Al mostrar misericordia, estamos reflejando el carácter de Dios y participando en Su obra redentora en el mundo. La misericordia, entonces, no es solo un acto divino, sino también un camino de vida para aquellos que han sido tocados por la gracia de Dios.

Es importante destacar que la misericordia de Dios, en mi entendimiento, es también una expresión de Su soberanía. Dios no está obligado a mostrarnos misericordia; lo hace por Su pura gracia. La misericordia no es una debilidad en Dios, sino una muestra de Su poder y majestad. Es Dios quien elige tener compasión de nosotros, quien se inclina hacia nuestra miseria y nos levanta con Su amor redentor.

En resumen, la misericordia de Dios es, para mí, la expresión más pura de Su amor incondicional. Es una misericordia que perdona, transforma, y nos invita a una relación íntima con Él. Es una misericordia que no se agota, que es fiel, y que se extiende a todos, sin excepción. Es en esta misericordia donde encontramos el verdadero significado de nuestra vida y nuestro llamado a reflejar el carácter de Dios en el mundo. La misericordia de Dios es, en última instancia, la revelación de Su corazón, un corazón lleno de amor y gracia que nos llama a vivir en comunión con Él y a participar en Su obra redentora.

 

Dios es Tardo para la Ira: Una Expresión de Su Amor y Justicia Restaurativa

Uno de los atributos más reveladores del carácter de Dios, como se describe en las Escrituras, es que Él es "tardo para la ira". Este aspecto de Su naturaleza no solo nos muestra Su paciencia, sino que también refleja Su profundo amor, misericordia y compromiso con la redención y restauración de Su creación. Desde mi perspectiva, entender que Dios es tardo para la ira es esencial para comprender cómo Él interactúa con el mundo y cómo Su justicia opera en favor de la humanidad.

Cuando la Biblia afirma que Dios es "tardo para la ira", está enfatizando la enorme paciencia de Dios, quien, en Su amor infinito, extiende repetidamente oportunidades para el arrepentimiento antes de ejecutar juicio. Esta tardanza no debe interpretarse como debilidad o indiferencia, sino como una manifestación de Su deseo de redimir y restaurar a la humanidad antes de permitir que Su justicia actúe de manera más directa. En Éxodo 34:6, Dios se revela a Moisés como "misericordioso y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad". Este pasaje muestra que la paciencia de Dios está íntimamente ligada a Su misericordia y Su fidelidad a las promesas hechas a Su pueblo.

Desde mi perspectiva, la tardanza de Dios para la ira es una expresión directa de Su amor incondicional. Dios no se deleita en la condenación del pecador; más bien, Su mayor anhelo es que todos se vuelvan a Él y encuentren vida. Esto se confirma en 2 Pedro 3:9, donde se afirma que "El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento". Este deseo de Dios de ver a todos los seres humanos restaurados a una relación correcta con Él subraya Su compromiso con la redención por encima del juicio inmediato.

La tardanza de Dios para la ira está profundamente conectada con Su justicia. La justicia de Dios no se trata simplemente de castigar el mal; su objetivo principal es restaurar y sanar lo que ha sido dañado por el pecado. Dios, en Su justicia, siempre busca redimir a las personas y devolverlas a una relación correcta con Él. Sin embargo, cuando las personas persistentemente rechazan Su amor y se oponen a Su obra redentora, la justicia de Dios actúa en contra de esa resistencia. Este aspecto de la justicia de Dios es una consecuencia necesaria, pero no el enfoque principal. Mientras que la justicia de Dios busca la restauración, también asegura que el mal no prevalezca, enfrentando y juzgando lo que se opone a Su propósito redentor.

La tardanza de Dios para la ira es también una expresión de Su fidelidad. En lugar de apresurarse a ejecutar juicio, Dios espera pacientemente, dando tiempo para que las personas respondan a Su llamado al arrepentimiento. Esta paciencia divina es un reflejo de Su amor inmutable y de Su deseo de ver a todos restaurados. Sin embargo, esta tardanza no es infinita; la justicia de Dios eventualmente se manifestará plenamente. Cuando lo hace, lo hace de manera justa y necesaria, pero siempre en el contexto de un amor que ha buscado primero la reconciliación y la redención.

La Biblia enseña que donde llega la justicia de Dios, también llega Su misericordia y fidelidad. Estos tres términos deben entenderse como diferentes facetas de la misma realidad divina. La misericordia de Dios enfatiza Su amor y compasión hacia la humanidad, mientras que la justicia subraya Su fidelidad a Su palabra y a Su compromiso con la redención. Juntos, estos atributos revelan un Dios que es consistente en Su amor y Su verdad, y que actúa de manera coherente para llevar a cabo Su propósito redentor en el mundo.

Para mí, la tardanza de Dios para la ira no solo es una lección sobre Su carácter, sino también una guía para cómo debemos vivir. Si Dios, que es santo y justo, es paciente con nosotros, entonces también nosotros debemos ser pacientes y misericordiosos con los demás. Esta comprensión nos llama a reflejar el carácter de Dios en nuestras propias vidas, mostrando la misma misericordia, paciencia y compromiso con la restauración en nuestras relaciones y en nuestro entorno.

En resumen, entender que Dios es tardo para la ira es fundamental para comprender la amplitud de Su amor y la naturaleza restaurativa de Su justicia. Este atributo revela a un Dios que no se apresura a castigar, sino que extiende Su mano en misericordia, buscando la redención y restauración de Su creación. La justicia de Dios, aunque inevitablemente confronta el mal, es esencialmente una fuerza que busca restaurar y sanar. Como creyentes, estamos llamados a imitar esta paciencia y misericordia divina, reflejando el corazón de Dios en nuestras interacciones con el mundo.

 

 La Justicia de Dios: Una Revelación Redentora y Restauradora

Cuando hablo de la justicia de Dios, no me refiero simplemente a un concepto legal o abstracto. Para mí, la justicia de Dios es una manifestación viva de Su fidelidad, misericordia, y capacidad de redención. Esta justicia no puede ser captada plenamente por la mente humana si la reducimos a la retribución o al cumplimiento de la ley. La justicia divina, tal como la entiendo, es la expresión más pura del carácter de Dios, quien, fiel a Sus promesas, actúa en el tiempo y en la historia para reconciliar a Su pueblo consigo mismo, restaurar lo que ha sido quebrantado, y redimir a los que están perdidos.

En mi visión, la justicia de Dios está profundamente entrelazada con Su naturaleza misericordiosa. No es una justicia que busca castigar por el simple hecho de hacerlo, sino una justicia que restaura, sana, y trae paz. Esta justicia es el amor de Dios en acción, donde Su juicio no es el fin, sino un medio para lograr la reconciliación y la restauración. Este entendimiento contrasta con la percepción humana común, que a menudo asocia justicia con retribución o venganza. Para mí, la justicia de Dios es inseparable de Su misericordia y fidelidad.

En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea "tsedaka" es clave para comprender esta justicia divina. "Tsedaka" no solo se refiere al cumplimiento de la ley, sino que implica la rectitud y la fidelidad de Dios hacia Su pueblo. Cuando Dios actúa en justicia, está cumpliendo Su pacto, no solo mediante el juicio, sino también al proporcionar salvación y liberación a los oprimidos. En este sentido, la justicia está vinculada con la idea de restaurar relaciones rotas, de reconciliar y de traer shalom, la paz integral que Dios desea para Su creación.

La Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento, traduce "tsedaka" como "dikaiosune", un término que también aparece en el Nuevo Testamento. Esta continuidad entre los Testamentos subraya que la justicia de Dios es coherente y constante a lo largo de toda la Escritura. En el Nuevo Testamento, "dikaiosune" no solo implica justicia en el sentido legal, sino que también lleva la connotación de rectitud, justificación, y la correcta relación con Dios.

El apóstol Pablo profundiza en esta visión de la justicia divina en sus epístolas. Para él, la justicia de Dios se revela de manera culminante en la vida, muerte, y resurrección de Jesucristo. Cristo, siendo el justo, se convierte en el medio por el cual los injustos son justificados. Sin embargo, esta justificación no es solo un cambio en el estatus legal del creyente, sino una transformación radical que abarca todas las dimensiones de la vida. Es la inserción del creyente en la vida de Cristo, donde la justicia de Dios se convierte en la fuerza que lo guía, lo transforma, y lo lleva hacia la plenitud de vida en Dios.

Entiendo el "hilasterion" descrito en la carta a los Hebreos no solo como un lugar de sacrificio expiatorio, sino como el Trono de Gracia de Dios, el lugar donde Su misericordia y justicia se encuentran de manera perfecta. La sangre de Cristo, no como un mero elemento de propiciación en el sentido de apaciguar la ira divina, sino como la vida victoriosa de Cristo presentada ante el Trono de Misericordia, es lo que trae la redención y la restauración.

Esta perspectiva desafía la interpretación tradicional que tiende a enfatizar la justicia de Dios como retribución y la muerte de Cristo como un sacrificio sustitutivo que apacigua la ira de Dios. En cambio, veo la justicia de Dios revelada en la resurrección y entronización de Cristo. Es en Su resurrección donde la justicia divina se manifiesta plenamente, no como venganza o castigo, sino como victoria sobre el pecado, la muerte, y todas las fuerzas que buscan separar a la humanidad de Dios. Para mí, la justicia de Dios no es estática ni punitiva; es dinámica, viva, y orientada hacia la restauración de toda la creación.

La justicia de Dios también se revela en la manera en que Él reconcilia al mundo consigo mismo. Es Dios quien toma la iniciativa, quien en Su amor infinito busca a los perdidos, sana a los heridos, y restablece lo que ha sido dañado. Esta reconciliación no es un cambio en Dios, sino un cambio en nosotros, en la humanidad, que es llamada a volver a Dios, a ser transformada por Su gracia, y a vivir en la justicia que Él revela en Cristo.

Una comprensión integral de la justicia de Dios no estaría completa sin reconocer que Su justicia es, en última instancia, Su fidelidad a la relación por la relación misma, motivada por pura gracia. Es una justicia que implica coherencia entre los dichos y los hechos de Dios, donde todo lo que Él promete, lo cumple. No hay desarmonía entre lo que Dios dice y lo que hace. Su justicia es Su fidelidad a Sus promesas, no por obligación, sino por el amor de Su Nombre y para Su gloria.

Sin embargo, también reconozco que la justicia de Dios tiene un sentido secundario, que implica un acto de juicio y su correspondiente condena en contra de aquellos que se oponen al actuar redentor de la justicia de Dios. Esta justicia, aunque secundaria en su enfoque, es necesaria para mantener el orden moral y espiritual del universo, asegurando que la maldad no prevalezca y que la justicia restaurativa de Dios tenga su curso en la historia.

En resumen, todo lo que he expuesto acerca de la justicia de Dios se sintetiza en una verdad fundamental: la justicia de Dios es Su fidelidad a Sus promesas, motivada por el amor de Su Nombre y dirigida hacia Su gloria. Es una justicia que redime, restaura y reconcilia, y que, en su esencia más pura, es una manifestación del carácter inmutable de Dios, quien siempre actúa en coherencia con Su palabra y Su propósito redentor.


La Redención: El Regreso al Hogar a Través del Protagonismo del Redentor

La redención, tal como la entiendo, es un proceso que va mucho más allá de la simple liberación. Su esencia radica en el acto de llevar de vuelta al hogar a aquellos que han sido rescatados, restaurándolos a su verdadera identidad y relación con Dios. Este proceso está marcado por el protagonismo del Redentor, quien no solo libera, sino que también guía al redimido de regreso a su lugar legítimo en la familia de Dios. A través de tres ejemplos bíblicos, podemos entender mejor las distintas facetas de la redención y cómo estas ilustran este profundo retorno al hogar.

1. El Rescate de Lot por Abraham: La Intervención Decisiva del Redentor

Uno de los primeros ejemplos de redención en la Biblia es el rescate de Lot por parte de su tío Abraham, relatado en Génesis 14. Lot, quien vivía en Sodoma, fue capturado junto con otros habitantes durante una invasión de reyes extranjeros. Al enterarse, Abraham armó a sus siervos, formó un ejército improvisado y persiguió a los invasores hasta que logró liberar a Lot y recuperar todo lo que había sido tomado. Este acto de rescate es un claro ejemplo del rol del redentor como aquel que interviene decisivamente en favor del redimido.

Génesis 14:14-16 narra este evento: "Al oír Abraham que su pariente estaba prisionero, armó a sus criados, los nacidos en su casa, trescientos dieciocho, y los siguió hasta Dan. Y cayó sobre ellos de noche, él y sus siervos, y les atacó y les fue siguiendo hasta Hoba, al norte de Damasco. Y recobró todos los bienes, y también a Lot su pariente y sus bienes, y a las mujeres y demás gente." En este contexto, la redención no es solo una liberación del cautiverio; es un acto de valentía y sacrificio en el que el redentor arriesga todo para rescatar a quien está en peligro. De manera similar, Cristo, nuestro Redentor, interviene en nuestra situación de desesperación espiritual. Nos rescata del poder del pecado y la muerte, no solo liberándonos, sino también restaurándonos a nuestra relación correcta con Dios, llevándonos de vuelta al hogar donde realmente pertenecemos.

2. El Año de Jubileo: El Retorno al Hogar y la Restauración de la Herencia

El año de jubileo, descrito en Levítico 25, es otro poderoso ejemplo de redención. Según la ley mosaica, cada cincuenta años, todas las tierras debían ser devueltas a sus propietarios originales, y los esclavos debían ser liberados. Este tiempo de jubileo simbolizaba un regreso a los comienzos, una restauración completa de lo que había sido perdido o vendido. Para aquellos que habían caído en la pobreza o la esclavitud, el jubileo representaba una oportunidad para comenzar de nuevo, para regresar a sus hogares y recuperar su herencia.

Levítico 25:10 lo explica: "Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; será jubileo para vosotros, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia." Este versículo resalta la idea central del jubileo como un tiempo de restauración y regreso al hogar. Cristo, en Su obra redentora, realiza un jubileo eterno para nosotros, restaurándonos a nuestro hogar espiritual en Dios, donde encontramos nuestra verdadera identidad y propósito. La redención es, por lo tanto, un regreso al hogar, un retorno a la seguridad, la paz y la relación íntima con nuestro Creador.

3. El Gahel: El Pariente Redentor que Vence y Restituye

El concepto del Gahel, o pariente redentor, es otro ejemplo crucial que arroja luz sobre la redención. En la cultura israelita, el Gahel tenía el deber de actuar en favor de un familiar que había caído en desgracia. Esto podía incluir redimir tierras que habían sido vendidas, liberar a un pariente de la esclavitud o, en casos extremos, vengar la muerte de un familiar. El Gahel era un protector y restaurador, asegurándose de que la justicia y el bienestar de la familia se mantuvieran. Un ejemplo claro de esto se encuentra en el libro de Rut, donde Booz actúa como el Gahel para redimir a Rut y a la familia de Noemí.

Rut 4:9-10 relata cómo Booz cumple su rol de Gahel: "Y Booz dijo a los ancianos y a todo el pueblo: Vosotros sois testigos hoy de que he adquirido de mano de Noemí todo lo que fue de Elimelec, y todo lo que fue de Quelión y de Mahlón. Y que también tomo por mi mujer a Rut la moabita, mujer de Mahlón, para restaurar el nombre del difunto sobre su heredad, para que el nombre del muerto no se borre de entre sus hermanos y de la puerta de su lugar. Vosotros sois testigos hoy." Este acto no solo garantiza la continuidad del nombre y la herencia de la familia, sino que también restaura a Rut a su lugar legítimo en la comunidad.

Para actuar como Gahel, era necesario ser un pariente cercano. Esto implicó que Cristo, para redimirnos, tuvo que encarnarse, volviéndose nuestro "pariente" en la carne. Al hacerse hombre, Cristo se convierte en nuestro Gahel, el pariente redentor que no solo nos libera del pecado, la muerte y Satanás, sino que también vence a estos enemigos, asegurando que no puedan impedir nuestro regreso a la comunión con Dios. Más allá de solo liberarnos, Cristo, al entrar en el Trono de la Gracia por Su propia sangre, nos lleva con Él ante el Trono de Dios, restaurando nuestra relación y asegurando nuestra herencia eterna en Su reino. Este regreso es esencial para entender la redención en su totalidad; no es solo un acto de liberación, sino la culminación de un viaje de regreso al lugar donde realmente pertenecemos.

Conclusión

La redención es un acto multifacético que involucra no solo la liberación del cautiverio, sino también el regreso al hogar y la restauración completa del redimido. A través de los ejemplos de Abraham rescatando a Lot, el año de jubileo y el papel del Gahel, vemos cómo la redención está diseñada para restaurar a las personas a su lugar legítimo en la familia de Dios. Cristo, nuestro Redentor, cumple este papel de manera perfecta, interviniendo decisivamente en nuestra situación, venciendo a nuestros enemigos y llevándonos de regreso al Trono de Dios, donde aseguramos nuestra herencia espiritual. En la redención, encontramos no solo libertad, sino también un regreso a la plenitud de vida y relación que Dios siempre quiso para nosotros.

 

 

La Propiciación y la Expiación: Un Entendimiento desde la Biblia

La propiciación y la expiación han sido tradicionalmente vistas como dos aspectos distintos en la teología occidental. Se ha entendido que la propiciación afecta a Dios, apaciguando Su justicia o reconciliando Su ira, mientras que la expiación afecta al ser humano, removiendo el pecado. Sin embargo, en el rigor bíblico, la Escritura no hace tal distinción entre dos actos separados. La Biblia utiliza un solo concepto, "kaphar," para describir la acción de purificación, y "kaphoret" para el lugar donde esa purificación ocurre. En el Antiguo Testamento, "kaphar" abarca tanto la expiación como la propiciación. En el griego de la Septuaginta, los términos "hilasmos" y "hilastērion" se utilizan para traducir estos conceptos. Para entender correctamente el significado de estos términos, es esencial analizarlos desde diversas perspectivas clave.

1. La Raíz Hebrea: Cubrir y Calafatear

La raíz hebrea "kaphar" tiene una conexión importante con el concepto de cubrir, como cuando se usa para describir el acto de calafatear o sellar el Arca de Noé con brea en Génesis 6:14: "Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera." Aquí, "calafatear" (kaphar) implica cubrir completamente para evitar que entre el agua, una imagen poderosa de protección y preservación. De manera similar, en el contexto de la expiación y la propiciación, "kaphar" describe cómo las personas son cubiertas por la misericordia de Dios y de esa manera, el ser humano es protegido de las consecuencias de esos pecados. Esta idea de cubrir conlleva un aspecto de restauración y preservación de la relación entre Dios y Su pueblo.

Sin embargo, este acto de "cubrir" no es un mero encubrimiento superficial, sino un acto que tiene implicaciones profundas para la purificación y reconciliación entre Dios y el hombre. La raíz de "kaphar" también está conectada con la idea de reconciliación, y es aquí donde empezamos a ver cómo se desarrolla tanto la propiciación como la expiación en un solo acto.

2. La Esencia de la Expiación: La Misericordia

Cuando se traduce al griego en la Septuaginta, "kaphar" se convierte en "hilasmos" (propiciación) e "hilastērion" (propiciatorio). Para entender estos términos, es fundamental ver que ambos derivan de la misericordia divina, la cual está en el centro de la expiación y la propiciación. La misericordia de Dios es el origen desde el cual se entiende la expiación en su totalidad.

La oración del publicano en la parábola del Fariseo y el Publicano en Lucas 18:13 utiliza este término. El publicano clama: "Dios, ten misericordia de mí, pecador." Aquí, la palabra griega utilizada es "hilaskomai," que refleja una súplica por la misericordia y el perdón de Dios, conectada directamente con la idea de propiciación. Este término griego nos ayuda a comprender que la expiación no es solo un acto técnico o legal, sino un acto profundamente arraigado en el amor y la compasión de Dios. La misericordia es la clave para entender cómo Dios restaura la relación con Su pueblo.

Interesantemente, la palabra "hileos," que comparte la misma raíz que "hilaskomai," da origen a la palabra "hilarante" en español y "hilarious" en inglés. Esto sugiere una alegría y gozo asociados con la experiencia de la misericordia divina. Cuando la misericordia de Dios se manifiesta en la propiciación, no solo se trata de recibir perdón, sino de experimentar una alegría profunda y transformadora. La propiciación nos lleva a un estado en el que la misericordia de Dios no solo nos perdona, sino que nos llena de un gozo que trasciende las circunstancias, una alegría que brota de saber que hemos sido restaurados y reconciliados con nuestro Creador.

3. La Expiación en el Antiguo Testamento: Los Inmuebles y no las Personas

En el sistema sacrificial del Antiguo Testamento, la expiación se realizaba de una manera muy específica, y es aquí donde muchas veces se malinterpretan sus implicaciones. La sangre derramada en el Día de la Expiación no se aplicaba sobre las personas, sino sobre los inmuebles del tabernáculo. Levítico 16:16 explica: "Así hará expiación por el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, y de sus rebeliones, y de todos sus pecados; de la misma manera hará también para el tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas."

Aquí vemos que el sumo sacerdote esparcía la sangre en el propiciatorio, no sobre las personas. La expiación tenía como objetivo purificar los lugares sagrados que habían sido contaminados por los pecados del pueblo, para que la presencia de Dios pudiera seguir residiendo entre ellos. Este acto nos recuerda que la expiación es una purificación que afecta al espacio donde ocurre la comunión entre Dios y Su pueblo, lo cual tiene implicaciones para la restauración del acceso a la presencia de Dios.

4. El Sacrificio Hatta’t: Purificación de los Inmuebles del Santuario

En el sistema sacrificial del Antiguo Testamento, el sacrificio "hatta’t" era fundamental para la purificación del santuario. Este sacrificio, conocido como el sacrificio por el pecado, nunca se aplicaba la sangre del sacrificio directamente sobre las personas, sino sobre los inmuebles sagrados del tabernáculo. Según el propósito y el lugar del ritual, la sangre del sacrificio se aplicaba sobre el altar de bronce, el velo del santuario, el altar de oro o el propiciatorio. Levítico 16:16 explica: "Así hará expiación por el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, y de sus rebeliones, y de todos sus pecados; de la misma manera hará también para el tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas."

Este sacrificio tenía como objetivo purificar y santificar los lugares donde la presencia de Dios residía, asegurando que el santuario permaneciera limpio y apto para el culto y la comunión con Dios. En el Nuevo Testamento, esta labor sacerdotal tiene una implicación directa en la obra de Cristo resucitado.

Por otra parte, la muerte de Cristo en el sacrificio "hatta’t" de manera simbólica corresponde a la quema de los restos del animal fuera del campamento, tal como lo describe Hebreos 13:11-13: "Porque los cuerpos de aquellos animales, cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta."

Este aspecto nos muestra que la muerte de Cristo, en los sacrificios hatta´t, no se están simbolizados por la muerte del macho cabrío en el altar del sacrificio, sino en el acto de quemar los restos del animal sacrificado fuera del campamento.

 

5. La Expiación de Cristo: Realizada en el Lugar Santísimo Celestial

A lo largo del Antiguo Testamento, el sumo sacerdote realizaba la expiación una vez al año. Sin embargo, esta expiación era solo un reflejo de la verdadera expiación que Cristo realizaría. Según el libro de Hebreos, Cristo, como sumo sacerdote del Nuevo Pacto, entra al verdadero Lugar Santísimo en los cielos para llevar a cabo una expiación eterna. Hebreos 9:24-25 declara: "Porque Cristo no entró en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena."

Este acto de Cristo tiene un significado único. Cristo entra al Lugar Santísimo celestial después de Su resurrección para llevar a cabo la obra de expiación. Este es el cumplimiento del propósito de los sacrificios del Antiguo Testamento, no como una repetición anual, sino como una acción final y completa que garantiza la reconciliación eterna entre Dios y los creyentes.

6. La Traducción de Kaphar: Remover, Perdonar, Exculpar

El término "kaphar" en hebreo se traduce al griego en la Septuaginta con palabras que en español significan "quitar," "perdonar," "remover" y "exculpar" o "absolver." Estas traducciones reflejan que la expiación tiene como propósito remover el pecado y sus consecuencias. Colosenses 2:14 menciona este acto: "Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz." Aquí se ve el sentido de "remover" como la esencia de lo que hace Cristo al llevar a cabo la expiación.

Sin embargo, todas estas acciones —quitar, perdonar, remover y absolver— están fundamentadas en la misericordia de Dios. No es un acto meramente legal o técnico; es la expresión del amor y la compasión divina que restaura la relación quebrantada por el pecado. Es por esta misericordia que se produce la purificación, y es esta misma misericordia la que nos permite acercarnos al Trono de la Gracia con confianza.

El propósito fundamental de la propiciación es cubrir y recubrir a la persona con la misericordia de Dios. Este acto de propiciación no se trata solo de una formalidad o un requisito legal, sino de una expresión profunda de la gracia y el amor divino. Cuando Cristo entra en el Lugar Santísimo celestial, Su sangre actúa como un medio por el cual somos cubiertos y protegidos por la misericordia de Dios. Esta misericordia no solo restaura nuestra relación con Él, sino que también nos permite vivir en Su presencia, libres del peso del pecado y asegurados en Su gracia.

 

Conclusión

En resumen, la expiación y la propiciación, lejos de ser actos separados, están profundamente conectados bajo el concepto bíblico de "kaphar," que se centra en la misericordia de Dios hacia las personas. A través del análisis del hebreo y el griego, y la consideración del papel del sacerdote en el Antiguo y Nuevo Pacto, entendemos que la expiación y la propiciación son manifestaciones de la misericordia divina, que cubren y protegen a la persona, asegurando su reconciliación con Dios. Cristo, como sumo sacerdote, realiza la expiación definitiva en el verdadero Lugar Santísimo, cubriendo a los creyentes con la misericordia de Dios y asegurando su acceso continuo a Dios. La esencia de la expiación, desde el principio hasta el fin, es la misericordia de Dios, que nos purifica, nos absuelve,nos restaura y nos lleva a una relación eterna con Él.

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