Muerte, Resurrección y Ascensión: El Núcleo del Evangelio y la Justicia de Dios

 Este es el tercero de tres ensayos que exploran la relación entre el evangelio y el discipulado. En este ensayo, se abordarán los elementos centrales del evangelio: la muerte, resurrección, y ascensión de Cristo, y cómo estos aspectos definen la relación entre el creyente y Cristo como su Rey y Señor. Estos eventos forman el núcleo del evangelio, revelan la justicia y rectitud de Dios, y explican el significado profundo de la relación entre Cristo y Sus seguidores.

La Muerte de Cristo: Victoria sobre el Pecado y Establecimiento del Nuevo Pacto

El primer aspecto central del evangelio es la muerte de Cristo. Este evento no es simplemente una tragedia, sino una victoria sobre el pecado. Según la definición bíblica de justicia o rectitud, esta se refiere a la fidelidad de Dios a Sus promesas, y Su compromiso con la redención de Su pueblo. En este contexto, la muerte de Cristo cumple un papel crucial en el plan redentor de Dios. Al morir en la cruz, Cristo no solo cargó con los pecados de la humanidad, sino que venció al pecado, liberando a los creyentes de su poder.

El derramamiento de sangre en la muerte de Cristo tiene un significado profundo. En la narrativa bíblica, la sangre es el símbolo del establecimiento de un nuevo pacto entre Dios y Su pueblo. Este pacto, que fue prometido en las Escrituras, se realiza plenamente en la muerte de Cristo. A través de Su sangre, Dios inaugura una nueva relación con la humanidad, una relación que no está basada en la ley antigua, sino en la gracia y la misericordia. Esta muerte es, por lo tanto, el cumplimiento de la justicia divina, que no solo castiga el pecado, sino que también ofrece redención y reconciliación.

La Resurrección de Cristo: Victoria sobre la Muerte y el Imperio de la Muerte

La resurrección de Cristo es el segundo elemento fundamental del evangelio. Si bien Su muerte fue esencial para vencer el pecado, fue en Su resurrección donde Cristo venció la muerte y al que tenía el imperio de la muerte. Esta victoria es crucial para entender la autoridad de Cristo como Rey y Señor. La resurrección no es solo un milagro, sino el acto definitivo que demuestra el poder de Cristo sobre todas las fuerzas del mal y la muerte misma.

La resurrección de Cristo también confirma el cumplimiento de las promesas de Dios. En su resurrección, se revela la justicia o rectitud de Dios, ya que Él actúa conforme a Su palabra y cumple Su plan de salvación para la humanidad. Esta victoria sobre la muerte asegura que aquellos que creen en Cristo también tendrán la promesa de una vida nueva y eterna. La resurrección no es solo un evento histórico, sino una declaración del poder soberano de Cristo y de la fidelidad de Dios a Su pacto.

La Ascensión y Entronización de Cristo: Señor de Señores y Rey de Reyes

El evangelio no se detiene con la resurrección. El tercer aspecto central es la ascensión de Cristo, donde Él fue entronizado como Señor de Señores y Rey de Reyes. Este evento marca el punto culminante de la obra redentora de Cristo. Al ascender al cielo y sentarse a la diestra de Dios, Cristo no solo demuestra Su victoria final sobre el pecado y la muerte, sino que también establece Su soberanía total sobre todo el universo.

La ascensión y entronización de Cristo tienen profundas implicaciones para la relación entre Cristo y los creyentes. Al ser entronizado, Cristo se convierte en el Rey soberano sobre Su pueblo, y los creyentes, en respuesta, se convierten en súbditos y esclavos de Su reino. Esta relación define el discipulado: no es solo seguir las enseñanzas de Cristo, sino someterse completamente a Su autoridad y vivir una vida de obediencia y servicio a Él.

La Relación del Creyente con Cristo: Justicia, Pacto y Sometimiento

La relación entre el creyente y Cristo se basa en estos eventos centrales del evangelio. La muerte, resurrección y ascensión de Cristo no solo revelan la justicia de Dios, sino que también establecen el marco dentro del cual el creyente debe entender su vida y su discipulado. La justicia de Dios, tal como se define en las Escrituras, es Su fidelidad a Su palabra y Su compromiso con la redención de Su pueblo. En la muerte de Cristo, esa justicia se revela al vencer el pecado y establecer un nuevo pacto. En Su resurrección, se confirma Su poder sobre la muerte, y en Su ascensión, se establece Su autoridad como Rey.

El discipulado, entonces, no es solo una serie de prácticas religiosas, sino una vida de obediencia total al Rey resucitado y entronizado. Los creyentes no son simplemente seguidores de Cristo; son esclavos y súbditos de Su reino. Esta relación no es una carga, sino una respuesta natural a la gracia y la justicia de Dios. El creyente, al aceptar el evangelio, se somete voluntariamente a la autoridad de Cristo, reconociendo que Su muerte y resurrección son el fundamento de su vida.

Las Escrituras como Guía para el Discipulado

El evangelio también está basado en las Escrituras, y el discipulado debe estar enraizado en ellas. Todo lo que Cristo hizo –Su muerte, resurrección y ascensión– fue conforme a lo que estaba escrito. Esto significa que la vida del creyente también debe estar basada en las enseñanzas de las Escrituras. Las Escrituras no son solo un testimonio del evangelio, sino el manual de vida para los discípulos de Cristo.

Vivir conforme a las Escrituras es la manera en que los creyentes responden a la autoridad de Cristo. Las Escrituras guían al creyente en cómo vivir en fidelidad al nuevo pacto, cómo someterse a la justicia de Dios, y cómo seguir el ejemplo de Cristo en cada aspecto de la vida.

Conclusión

En este último ensayo, se ha explorado cómo los eventos centrales del evangelio –la muerte, resurrección y ascensión de Cristo– forman el núcleo del mensaje cristiano. Estos eventos revelan la justicia de Dios, vencen al pecado y la muerte, y establecen a Cristo como el Rey entronizado sobre toda la creación. Los creyentes, al aceptar este mensaje, se convierten en esclavos y súbditos de Cristo, llamados a vivir en obediencia y sumisión a Su autoridad.

El discipulado, entonces, es una vida vivida en respuesta a la justicia de Dios y a Su fidelidad a las promesas del nuevo pacto. Vivir como discípulos de Cristo significa reconocer Su soberanía, seguir Sus enseñanzas, y basar cada aspecto de la vida en las Escrituras, que revelan el carácter y la voluntad de Dios para Su pueblo.

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