La Expiación y el Sumo Sacerdocio de Cristo

 La expiación es un tema central en la teología cristiana y su comprensión ha sido debatida a lo largo de los siglos. En este ensayo, se abordará la expiación no solo como el acto de la muerte de Cristo, sino también como el cumplimiento de Su función como sumo sacerdote, la cual no se completa en la cruz, sino en Su entrada al Lugar Santísimo celestial después de Su resurrección y ascensión. Este enfoque resalta que el verdadero cumplimiento de la expiación no se encuentra únicamente en la muerte de Cristo, sino en Su acción sumo sacerdotal, que tiene lugar en el cielo.

La Muerte y Resurrección: Dos Momentos de la Sangre

La enseñanza clásica ha centrado la obra redentora de Cristo principalmente en Su muerte en la cruz. Sin duda, la muerte de Cristo es un evento crucial, pero es solo el primer momento en el proceso expiatorio. El segundo momento, muchas veces pasado por alto, es cuando Cristo entra al Lugar Santísimo celestial después de Su resurrección y ascensión. En este acto, Cristo no solo es el sacrificio, sino también el sumo sacerdote, cumpliendo el papel que en el Antiguo Testamento realizaba el sumo sacerdote en el día de la expiación, al rociar la sangre sobre el propiciatorio.

Cristo, en Su entrada al cielo, presenta Su propia sangre ante el trono de gracia, lo que marca la culminación de Su obra expiatoria. Este acto es esencial para entender que la expiación no se completa solo en la cruz, sino que continúa en la entrada de Cristo al cielo, donde, como sumo sacerdote, ofrece la sangre derramada por la redención de la humanidad.

La muerte de Cristo en la cruz es fundamental en el plan redentor de Dios, pero es solo el primer momento en el proceso expiatorio. En la cruz, Cristo derramó Su sangre por la humanidad para inaugurar el Nuevo Pacto, pero el acto de expiación no se completa en ese instante. Hay un segundo momento igualmente esencial: la entrada de Cristo al cielo después de Su resurrección, donde actúa como sumo sacerdote. En este acto, Cristo no solo presenta Su sacrificio, sino que lo lleva al Lugar Santísimo celestial, en el cual Su sangre es presentada ante el trono de Dios.

En el contexto del Antiguo Testamento, el sumo sacerdote entraba una vez al año en el Lugar Santísimo del templo para rociar la sangre sobre el hilasterion, la tapa del arca del pacto, donde se efectuaba la propiciación de los pecados del pueblo. Del mismo modo, en el Nuevo Testamento, se entiende que Cristo entra en el trono de la gracia, equivalente al hilasterion celestial, llevando Su propia sangre como señal de la expiación definitiva.

El Hilasterion: El Trono de Gracia

El concepto del hilasterion, la tapa del arca del pacto en el Antiguo Testamento, tiene un significado profundo en la obra de Cristo. Este es el lugar donde la misericordia de Dios se manifestaba al pueblo a través de la sangre del sacrificio. De manera similar, el trono celestial de Dios es descrito como el lugar donde Cristo, como sumo sacerdote, presenta Su sacrificio una vez resucitado.

Cristo, después de Su ascensión, entra en el Lugar Santísimo celestial no con sangre de animales, sino con Su propia sangre. Esto marca la diferencia fundamental entre el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio de Aarón. Cristo no es un sacerdote conforme al orden de Aarón, sino conforme al orden de Melquisedec, un sacerdocio eterno y superior. La entrada de Cristo al trono celestial inaugura un nuevo pacto, uno basado en la gracia y la misericordia de Dios, reveladas a través de la expiación.

El Papel Sumo Sacerdotal de Cristo

Una comprensión completa de la expiación debe incluir el papel de Cristo como sumo sacerdote. Antes de Su muerte y resurrección, Cristo no podía asumir este rol, ya que, según la ley, no era de la tribu de Leví. Cristo es de la tribu de Judá, lo que impide que sea sacerdote bajo el orden levítico. Sin embargo, tras Su resurrección, Él es declarado sumo sacerdote según el orden de Melquisedec. Esto no solo le permite cumplir la función sacerdotal, sino que también redefine el sacerdocio mismo.

El verdadero acto de expiación no es solo la muerte de Cristo en la cruz, sino Su entrada en el cielo como sumo sacerdote. En ese momento, Cristo entra al trono de la gracia para presentar Su sangre y así cumplir completamente la obra de expiación. De este modo, la justicia de Dios se revela plenamente, no solo en la cruz, sino en el acto sumo sacerdotal que sigue.

El Error de Limitar la Expiación a la Cruz

Desde la Reforma, muchos teólogos han centrado su enseñanza de la expiación exclusivamente en la muerte de Cristo en la cruz. Si bien es cierto que la cruz es fundamental, este enfoque pasa por alto el acto sacerdotal posterior. Cristo no solo muere, sino que resucita y entra al cielo como sumo sacerdote para completar la obra de expiación.

La justicia de Dios, tal como se revela en la Biblia, no debe entenderse solo como venganza o retribución. En el período posterior a la Reforma, hubo una tendencia a aplicar las definiciones de la justicia retributiva a la expiación, interpretando la cruz como el momento en que la ira de Dios fue satisfecha. Sin embargo, esto limita la comprensión de la obra redentora de Cristo y deja incompleto el panorama. La justicia de Dios se revela plenamente en la resurrección y en la ascensión de Cristo, cuando Él presenta Su sangre en el cielo.

La Ira de Dios y Su Relación con los Creyentes

Es esencial comprender que la ira de Dios no se dirige hacia aquellos que han sido cubiertos por la obra redentora de Cristo. Para los creyentes, la ira de Dios no es motivo de temor, ya que ellos están bajo la misericordia de Dios, la cual ha sido establecida en el trono de la gracia. Dios no actúa como juez vengativo hacia los Suyos; en cambio, actúa con amor y restauración. El castigo o las consecuencias del pecado que los creyentes experimentan no son una expresión de ira, sino de disciplina con el fin de corregir y restaurar.

Sin embargo, aquellos que se oponen a Dios, los enemigos de Su pueblo, experimentarán Su ira de manera distinta. Para ellos, la justicia de Dios será experimentada retributiva y conlleva un juicio inevitable. La Biblia deja claro que los que rechazan a Cristo y resisten Su autoridad enfrentarán la venganza divina como fuego consumidor.

Conclusión

La expiación no se completa en la cruz, sino en la acción sumo sacerdotal de Cristo en el cielo, después de Su resurrección y ascensión. La justicia de Dios no es meramente punitiva, sino que es una justicia redentora y restauradora, manifestada plenamente cuando Cristo, como sumo sacerdote, entra al trono de la gracia para presentar Su propia sangre.

Este enfoque redefine la comprensión de la expiación y de la justicia de Dios, destacando que Su obra redentora abarca tanto la cruz como la resurrección y la ascensión de Cristo. En los siguientes ensayos, se profundizará en cómo esta comprensión afecta la vida de los creyentes, su relación con Dios y el significado del discipulado.

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