Cristo - La Inauguración del Nuevo Pacto y Su Sacerdocio


Los Tipos de Sacrificios en Levítico: Una Perspectiva desde la Redención y la Misericordia Divina

El libro de Levítico, dentro del contexto del Pentateuco, ofrece una exposición detallada de los diferentes tipos de sacrificios que el pueblo de Israel debía presentar a Dios. Estos sacrificios no eran meros rituales, sino que cada uno de ellos reflejaba aspectos profundos de la relación entre Dios y Su pueblo, subrayando la importancia de la purificación, la expiación y la restauración de la comunión con Dios. Desde mi perspectiva, basada en la redención y la misericordia divina, es esencial analizar estos sacrificios no solo como actos rituales, sino como manifestaciones del carácter redentor y restaurador de Dios, que culminan en la obra de Jesucristo.

1. El Sacrificio de Holocausto (Levítico 1)

El sacrificio de holocausto, o ‘olah’ en hebreo, es uno de los más emblemáticos en el libro de Levítico. Este sacrificio se ofrecía completamente a Dios, siendo el animal consumido por el fuego en su totalidad. Desde una perspectiva de redención y misericordia, este sacrificio simboliza la dedicación y/o entrega completa del Hijo a Dios. La totalidad del sacrificio indica que no hay nada que se retenga; habla que el oferente, que es Dios mismo, va a entregar a su propio Hijo como rescate por los suyos, de esta manera es un acto profético que es explicado en Juan 3:16.

El holocausto también tiene una connotación expiatoria, pero no se enfoca exclusivamente en el perdón de pecados específicos, sino en el acercamiento que Dios lleva a cabo hacia el hombre. La quema total del animal puede interpretarse como una forma de adoración, un acto que simboliza la completa entrega y consagración del Hijo del hombre a Dios. En este sentido, el holocausto es un precursor de la entrega total de Cristo, quien se ofreció de manera continúa a sí mismo en obediencia completa al Padre, cumpliendo y perfeccionando lo que este sacrificio representaba.

2. El Sacrificio de Grano (Levítico 2)

El sacrificio de grano o de ofrendas vegetales, conocido como ‘minjá’ en hebreo, era una ofrenda de productos de la tierra, generalmente harina, aceite e incienso. Este sacrificio no incluía el derramamiento de sangre, lo que lo distingue de otros sacrificios. Desde mi perspectiva, este sacrificio es una expresión de gratitud y reconocimiento de la provisión de Dios. Es un recordatorio de que todo lo que el pueblo de Israel poseía, incluyendo su alimento, provenía de Dios.

Este sacrificio también subraya la necesidad de ofrecer lo mejor a Dios. Solo los primeros frutos y lo mejor de las cosechas podían ser ofrecidos, lo cual refleja una actitud de dependencia total en la provisión divina. La ofrenda de grano, aunque no es un sacrificio sangriento, nos recuerda la importancia de la acción de gracias y la consagración de todo lo que somos y tenemos a Dios. En Cristo, quien es el pan de vida, vemos el cumplimiento de este sacrificio, ya que Él se presenta como la ofrenda perfecta y el sustento espiritual de Su pueblo.

3. El Sacrificio de Paz (Levítico 3)

El sacrificio de paz o ‘shelamim’ es un sacrificio que se caracterizaba por la comunión. Una parte del sacrificio se quemaba en el altar, otra se daba a los sacerdotes, y otra era compartida en una comida comunal. Este sacrificio simbolizaba la reconciliación y la restauración de la paz entre el oferente y Dios, así como entre el oferente y la comunidad.

Desde la perspectiva de la redención, el sacrificio de paz es un reflejo del deseo de Dios de restaurar la comunión no solo con Él, sino también dentro de Su pueblo. La participación en una comida común refuerza la idea de unidad y reconciliación, que son aspectos centrales del mensaje redentor de Cristo. En el Nuevo Testamento, esta idea de paz y reconciliación se realiza plenamente en Cristo, quien es nuestra paz y ha derribado las barreras de enemistad (Efesios 2:14).

El sacrificio de paz fue utilizado para llevar a cabo el pacto en el Monte Sinaí con Israel. De iual manera, a través de Su sacrificio, Cristo establece un nuevo pacto, ofreciéndose el mismo como sacrificio de paz, entre Dios y el hombre. Esto se ve reflejado en la cena del Señor.

4. El Sacrificio por el Pecado (Levítico 4)

El sacrificio por el pecado o ‘hatta’t’ es fundamental en el sistema sacrificial de Levítico. Este sacrificio era requerido para expiar y/o purificar la contaminación de los inmuebles del santuario debido a pecados específicos, especialmente aquellos cometidos por ignorancia. Desde una perspectiva redentora, el sacrificio por el pecado representa la necesidad constante de purificación y reconciliación con Dios. El énfasis no está solo en el perdón, sino en la purificación del lugar donde habita Dios, ya que la sangre del sacrificio se aplicaba a los elementos sagrados del tabernáculo, como el altar de bronce, las cortinas, el altar de oro y el propiciatorio.

Este sacrificio tiene un profundo significado teológico, ya que subraya que el pecado no solo afecta al individuo, sino también a la comunidad y al lugar de encuentro con Dios. La necesidad de purificar los elementos del tabernáculo refleja la santidad de Dios y la separación que el pecado causa. En Cristo, quien es el Sumo Sacerdote del nuevo pacto, vemos el cumplimiento definitivo de este sacrificio. Cristo, al ofrecerse a sí mismo, no solo cumple la función de sacrificio de paz, sino que también purifica el "santuario" celestial al entrar por su propia sangre, asegurando una reconciliación completa y eterna entre Dios y Su pueblo.

5. El Sacrificio por la Culpa (Levítico 5)

El sacrificio por la culpa o ‘asham’ se ofrecía cuando una persona había cometido una falta contra lo sagrado o contra su prójimo. Este sacrificio incluía una restitución, lo que significa que el oferente debía reparar el daño económico causado, además de ofrecer el sacrificio. Desde la perspectiva de la redención y la misericordia, este sacrificio resalta la importancia de la justicia restaurativa. No es suficiente simplemente pedir perdón; debe haber un esfuerzo por reparar y/o compensar el daño hecho.

Este sacrificio también subraya la santidad de las cosas de Dios y la seriedad con la que debemos tratar lo sagrado. En el Nuevo Testamento, vemos que Cristo es nuestro sacrificio por la culpa. A través de Su sacrificio, Él no solo paga la deuda del pecado, sino que también nos restaura a una relación correcta con Dios. Cristo, en Su obra redentora, asegura que todas las deudas son saldadas y que la justicia de Dios se cumple plenamente.

6. El Sacrificio de Pacto (Éxodo 24:4-8)

El sacrificio de pacto, descrito en Éxodo 24, es esencialmente un sacrificio de paz, y es de vital importancia para entender la relación de Dios con Israel. Este sacrificio sellaba el pacto entre Dios e Israel, donde el pueblo prometía obedecer la Ley de Dios. La sangre del sacrificio se rociaba sobre el altar y sobre el pueblo, simbolizando la ratificación del pacto por ambas partes involucradas (Dios representado por el altar y el pueblo).

Este sacrificio es profundamente significativo porque establece la base sobre la cual Israel debía vivir en relación con Dios. La sangre, que en Levítico tiene un significado purificador y expiatorio, aquí en Éxodo tiene la fuerza para sellar un compromiso de lealtad mutua. Este pacto, sin embargo, también prefigura el nuevo pacto en Cristo, donde Su sangre no solo inaugura un nuevo pacto, sino que lo cumple de manera perfecta y final.

7. El Sacrificio de la Pascua (Éxodo 12)

El sacrificio de la Pascua es uno de los más significativos en la historia de Israel. Este sacrificio no solo recuerda la liberación de Egipto, sino que también es una comida de celebración por la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. La sangre del cordero pascual, aplicada a los dinteles de las casas, el comer el animal sacrificado, quemar los restos del animal, todo simbolizaba y celebraba la protección y el cuidado de parte de Dios hacia Su pueblo. Desde mi perspectiva, este sacrificio es una poderosa representación de la misericordia de Dios, que es celebrada de igual manera en la cena del Señor.

La Pascua, va más allá de la sangre como señal de protección y redención, implica comer del cordero pascual y quemar los restos del animal, todo lo cual encuentra su cumplimiento en Cristo, el Cordero de Dios, por cuya sangre estableció un Nuevo Pacto y de cuya carne hemos sido hecho participes solo por la fe. En Cristo, la Pascua se convierte en nuestra celebración de  la liberación completa y la entrada en una nueva vida en el Reino de Dios.

Conclusión

Los sacrificios en Levítico, junto con el sacrificio de pacto en Éxodo 24 y el sacrificio de la Pascua en Éxodo 12, forman un complejo sistema que apunta constantemente hacia la necesidad de redención, purificación y restauración en la relación entre Dios y Su pueblo. Desde mi perspectiva, estos sacrificios no son meros rituales antiguos, sino símbolos profundos del carácter misericordioso y redentor de Dios. En Cristo, vemos el cumplimiento perfecto de todos estos sacrificios, no como un simple cumplimiento ritual, sino como una transformación radical de nuestra relación con Dios. La sangre de Cristo, resaltando la idea del sacrificio del Nuevo Pacto y el medio por la cual, una vez resucitado, entra la Lugar Santísimo como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec para llevar a cabo la purificación de los inmuebles celestiales, asegura no solo nuestra purificación, sino nuestra plena reconciliación con Dios, unida indisolublemente a Su amor y misericordia eternos.

 

El Sacrificio Hatta’t: Un Acto de Purificación y Restauración en la Comunidad del Pacto

El sacrificio hatta’t ocupa un lugar central dentro del sistema sacrificial del Antiguo Testamento, particularmente en el libro de Levítico, donde se describe como un medio esencial para la purificación y restauración del pueblo de Israel en su relación con Dios. Este sacrificio no solo abordaba los pecados no intencionales cometidos por individuos y la comunidad, sino que también jugaba un papel crucial en la purificación del santuario y de los objetos sagrados, manteniendo la santidad del lugar donde Dios habitaba entre Su pueblo. Desde mi perspectiva, el hatta’t es más que un ritual de expiación; es un acto divino de restauración y protección de la santidad del campamento y del tabernáculo, asegurando la continua presencia de Dios entre los israelitas.

1. El Propósito del Sacrificio Hatta’t en Diferentes Contextos

El sacrificio hatta’t se aplicaba en varios contextos dentro de la vida ritual de Israel. Su propósito principal era purificar el tabernáculo y los inmuebles del santuario debido a la contaminación producida por los pecados no intencionales que contaminaban el lugar dónde habitaba Dios con su pueblo. Estas impurezas podían derivarse de diversas situaciones, tales como contacto con un cadáver, flujos genitales, o la presencia de enfermedades como la lepra, las cuales, aunque no eran pecados morales en sí mismos, requerían una purificación ritual para restaurar la pureza y permitir la continua comunión con Dios.

Además de estas aplicaciones más cotidianas, el hatta’t jugaba un papel crucial en el Día de la Expiación, uno de los días más sagrados en el calendario israelita. Este día, también conocido como Yom Kipur, era el momento culminante en el que el sumo sacerdote ofrecía un hatta’t por la purificación de todo el pueblo y del santuario, asegurando que el lugar de la presencia divina permaneciera puro y sin mancha.

2. El Día de la Expiación: Una Aplicación Específica del Sacrificio Hatta’t

El Día de la Expiación, descrito en Levítico 16, es una de las aplicaciones más significativas del sacrificio hatta’t. Este día era dedicado a la purificación del sumo sacerdote, el pueblo y, de manera crucial, del santuario mismo. A lo largo del año, el santuario y el campamento acumulaban impurezas debido a las transgresiones e impurezas rituales del pueblo, las cuales, aunque no siempre eran intencionales, contaminaban el lugar de la presencia divina. El sacrificio hatta’t en Yom Kipur servía para limpiar estas impurezas y restaurar la pureza del santuario, asegurando que Dios pudiera continuar habitando en medio de Su pueblo evitando de esta manera que dicha contaminación hiciera que Dios se fuera del lugar en el que habitaba con su pueblo.

Durante este día, el sumo sacerdote primero ofrecía un novillo como hatta’t para la purificación de la contaminación debida a sus propios pecados y los de su casa. Luego, sacrificaba un macho cabrío como hatta’t para la purificación de la contaminación debida a los pecados del pueblo. La sangre de estos sacrificios era llevada al Lugar Santísimo y esparcida sobre el propiciatorio, el lugar donde la presencia de Dios se manifestaba sobre el Arca del Pacto. Este acto de esparcir la sangre en el lugar más sagrado subrayaba la necesidad de purificar y reconsagrar el espacio donde Dios se encontraba con Su pueblo. La sangre se esparcía siete veces delante del propiciatorio, un número que simboliza la plenitud y perfección de la purificación divina.

3. La Quema de los Restos del Animal Sacrificado

Una vez que la sangre del hatta’t había sido esparcida en el Lugar Santísimo, los restos del novillo y del macho cabrío utilizados en Yom Kipur eran llevados fuera del campamento y quemados completamente en un lugar limpio (Levítico 16:27). Este acto de quemar los restos fuera del campamento es significativo porque representa que el oprobio, debido a la impureza de la comunidad de Israel, era llevado fuera del campamento. Este ritual también prefigura el sacrificio de Cristo, quien, como se describe en Hebreos 13:11-14, sufrió “fuera de la puerta”. Al igual que los restos del sacrificio hatta’t era quemados fuera del campamento, Cristo fue vituperado fuera de la ciudad, nosotros hemos de imitar dicha actitud.

4. Las Impurezas Purificadas por el Sacrificio Hatta’t

El sacrificio hatta’t en el Antiguo Testamento tenía la función específica de purificar tres tipos de impureza particularmente graves:

  • Contacto con un Muerto: El contacto con la muerte era una fuente de impureza grave en la cultura israelita, ya que la muerte era vista como lo opuesto a la vida que Dios sustenta. Cualquier persona que tocara un cadáver se volvía ritualmente impura y necesitaba purificación antes de poder participar en el culto.
  • Flujos Genitales: Los flujos genitales, tanto en hombres como en mujeres, también se consideraban impuros porque implicaban la pérdida de vitalidad. Aunque estos flujos eran naturales, requerían un acto de purificación para restaurar la pureza del individuo y del campamento.
  • Lepra: La lepra, más allá de ser una enfermedad, se veía como una manifestación visible de la impureza. Los leprosos eran excluidos del campamento hasta que se declaraban limpios, y su purificación ritual incluía el sacrificio hatta’t para asegurar que podían reintegrarse a la comunidad.

Estas impurezas, aunque no eran pecados morales, requerían purificación ritual para que la presencia de Dios pudiera continuar en medio del pueblo sin ser contaminada.

5. Los Límites del Sacrificio Hatta’t: Pecados que Rompen los Diez Mandamientos

Es importante destacar que, aunque el sacrificio hatta’t cubría una amplia gama de pecados no intencionales e impurezas, tenía sus límites. Los pecados que rompían uno de los Diez Mandamientos, como el asesinato, la idolatría o el adulterio, no podían ser expiados por el hatta’t ni por ningún otro tipo de sacrificio. Estos pecados graves eran una violación directa del pacto fundamental entre Dios e Israel y, según la ley mosaica, a menudo resultaban en la pena de muerte.

La imposibilidad de expiar estos pecados a través de sacrificios subraya la gravedad de estas transgresiones y la necesidad de una justicia divina que no solo perdona, sino que también mantiene el orden moral y espiritual dentro de la comunidad del pacto. Esto también refuerza la necesidad de un sacrificio más perfecto, el cual se encuentra en Cristo, quien ofrece una expiación definitiva y completa que trasciende los límites del sistema sacrificial del Antiguo Testamento.

Conclusión

El sacrificio hatta’t es un acto central de purificación y restauración que permite la continuidad de la comunión entre Dios y Su pueblo. Este sacrificio, especialmente en el contexto del Día de la Expiación, es vital para la purificación del santuario de la contaminación debida a los pecados del pueblo y, asegurando que la presencia de Dios permanezca entre los israelitas. A través de la aplicación de la sangre y la quema de los restos fuera del campamento, el hatta’t purifica no solo a las personas de impurezas graves, sino también el santuario y el campamento, permitiendo que la relación entre Dios e Israel se mantenga intacta. Sin embargo, los límites del hatta’t en la expiación de pecados graves subrayan la necesidad de un sacrificio más perfecto, que se cumple en la obra redentora de Cristo, quien purifica de manera definitiva y restaura nuestra relación con Dios, trascendiendo las limitaciones del antiguo sistema sacrificial.


 

El Sacrificio de Paz y/o de Comunión en el Contexto Bíblico

El sacrificio de paz, también conocido como sacrificio de comunión (en hebreo, "zevah shelamim"), ocupa un lugar significativo dentro del sistema sacrificial israelita, tal como se describe en el libro de Levítico. Este tipo de sacrificio no solo servía para expresar gratitud o para sellar pactos, sino que también tenía una dimensión comunitaria y festiva, ya que involucraba la participación activa tanto de los sacerdotes como del oferente y su familia.

Tipos de Animales y Proceso del Sacrificio

El sacrificio de paz o comunión permitía ofrecer una variedad de animales, todos ellos debían ser sin defecto. Los animales que se podían ofrecer eran del ganado vacuno (buey o vaca), del rebaño ovino (cordero o cabra) y caprino (cabra). Las regulaciones sobre el sacrificio de paz están claramente detalladas en Levítico 3, donde se especifica que el animal podía ser tanto macho como hembra, una particularidad que lo diferencia de otros sacrificios como el holocausto, que requería un macho sin defecto.

El proceso del sacrificio seguía un orden bien establecido:

  1. Presentación del Animal: El oferente llevaba el animal hasta la entrada de la tienda de reunión. Este acto simbolizaba la entrega de una vida a Dios, reconocida como un medio de restaurar o mantener la paz y la comunión con Él.
  2. Imposición de Manos: El oferente imponía sus manos sobre la cabeza del animal. Este acto significaba una identificación con el animal, como representante de su persona y de su adoración o gratitud hacia Dios.
  3. Degollamiento del Animal: El animal era degollado, y su sangre era derramada. Esta sangre era recogida por los sacerdotes, quienes tenían la tarea de esparcirla alrededor del altar. La sangre, símbolo de la vida, tenía un rol fundamental en la expiación y en la santificación del altar y de los presentes.
  4. Quemado de Partes del Animal: Solo ciertas partes del animal eran quemadas en el altar, entre ellas, la grasa que cubre las entrañas, los riñones y la grasa que los recubre, y el lóbulo del hígado. Estas partes eran consideradas las mejores, y el acto de quemarlas en el altar representaba la consagración de lo mejor del sacrificio a Dios.
  5. Distribución de las Partes Restantes: El resto del animal no era quemado, sino que se dividía entre los sacerdotes, el oferente y su familia. Este acto constituía una comida comunitaria en la que se celebraba la paz y la comunión entre Dios y el pueblo. El comer juntos del mismo sacrificio reforzaba la idea de comunidad y de compartir la bendición de la paz otorgada por Dios.

Participantes en el Sacrificio

El sacrificio de paz involucraba varios actores clave:

  • El Oferente: Era quien llevaba el animal para el sacrificio, generalmente como un acto de gratitud o para sellar un pacto. Participaba activamente en el proceso de imposición de manos y luego en la comida comunitaria.
  • Los Sacerdotes: Eran responsables de realizar el sacrificio propiamente dicho. Recibían una porción específica del sacrificio, lo que les aseguraba sustento, ya que su vida estaba dedicada enteramente al servicio en el tabernáculo.
  • La Familia del Oferente: Los familiares del oferente participaban de la comida comunitaria, lo que resaltaba la dimensión festiva y comunitaria del sacrificio. Este acto no solo era una expresión de adoración, sino también de unidad familiar y comunal en presencia de Dios.

Inauguración del Pacto Sinaítico

El sacrificio de paz tiene una conexión directa con la inauguración del Pacto Sinaítico, como se relata en Éxodo 24:5-11. Después de recibir las tablas de la ley, Moisés dirigió a los jóvenes israelitas para que ofrecieran holocaustos y sacrificios de paz a Yahvé. Este acto de sacrificio tenía una doble función:

  1. Sellar el Pacto: Los sacrificios de paz se ofrecieron para ratificar el pacto entre Dios e Israel. La sangre de estos sacrificios fue recogida y dividida en dos mitades: una mitad fue esparcida sobre el altar, y la otra fue rociada sobre el pueblo, simbolizando así la alianza mutua y el compromiso de ambas partes de cumplir con los términos del pacto.
  2. Comunión entre Dios y el Pueblo: Después de la ratificación del pacto, Moisés, Aarón, Nadab, Abiú y los setenta ancianos de Israel subieron al monte, donde vieron a Dios y comieron y bebieron en su presencia. Este banquete sagrado, en el contexto del sacrificio de paz, reafirmaba la comunión y la paz entre Dios y su pueblo, estableciendo un vínculo profundo y duradero.

El Sacrificio de Cristo como Sacrificio de Paz y Pacto

El sacrificio de Cristo en la cruz puede ser entendido como un sacrificio de pacto con las características propias de un sacrificio de paz o comunión. Al igual que en los sacrificios antiguos, la muerte de Cristo no solo tenía un componente expiatorio, sino que también inauguraba un nuevo pacto entre Dios y la humanidad, similar al pacto sinaítico, pero superior en alcance y en efecto.

En la última cena, Jesús estableció el vínculo entre su muerte inminente y la inauguración del Nuevo Pacto. Al ofrecer el pan como su cuerpo y el vino como su sangre, Jesús estaba señalando el sacrificio que estaba por realizar en la cruz. Este acto de compartir su cuerpo y su sangre en forma de pan y vino es profundamente simbólico de un sacrificio de comunión. Así como en el sacrificio de paz se participaba de la carne del animal sacrificado, los creyentes participan del cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía, entrando en una comunión íntima con Él.

La Aplicación de la Sangre del Nuevo Pacto

La aplicación de la sangre en el sacrificio de Cristo cumple un rol clave en la inauguración del Nuevo Pacto. Como en el pacto sinaítico, donde la sangre rociada sellaba la alianza entre Dios e Israel, la sangre de Cristo, ofrecida en su muerte, sella el Nuevo Pacto. Esta sangre es la que purifica, no solo externamente, sino que también purifica las conciencias de los creyentes, permitiendo el acceso al Trono de Gracia (Hilasterion) con libertad y confianza.

En este contexto, el sacrificio de Cristo no es solo un sacrificio de expiación, sino también un sacrificio de pacto que inaugura una nueva era en la relación entre Dios y la humanidad. La resurrección de Cristo y su ascensión al cielo como sumo sacerdote es la culminación de este sacrificio. Al entrar en el Lugar Santísimo celestial, Cristo, como sumo sacerdote, lleva consigo su propia sangre, la cual no solo purifica el santuario celestial, sino que también garantiza la mediación continua entre Dios y los hombres bajo los términos del Nuevo Pacto.

El Nuevo Pacto y la Abolición del Antiguo Pacto

La inauguración del Nuevo Pacto, a través del sacrificio de Cristo, implica la abolición total del Antiguo Pacto. Donde el Antiguo Pacto estaba basado en la ley y los sacrificios repetitivos, el Nuevo Pacto se basa en el sacrificio único y perfecto de Cristo, que cumplió y superó todos los requisitos de la ley. Este Nuevo Pacto no solo establece una relación renovada entre Dios y la humanidad, sino que también introduce un nuevo Sumo Sacerdote, que es Cristo resucitado.

Cristo, al resucitar y ascender, no solo se convierte en el mediador del Nuevo Pacto, sino que también asume el rol de sumo sacerdote. Este nuevo sacerdocio es superior al levítico, ya que no está basado en descendencia terrenal ni en una ley externa, sino en el poder de una vida indestructible. Así, el sacrificio de Cristo, con sus características de comunión y pacto, no solo inaugura una nueva era, sino que también redefine la relación entre Dios y su pueblo en términos de gracia, paz y comunión eterna.

En conclusión, el sacrificio de paz o comunión en el Antiguo Testamento prefiguraba lo que sería el sacrificio de Cristo: un sacrificio que no solo expía el pecado, sino que también establece y celebra la paz entre Dios y la humanidad. A través de su muerte, resurrección y ascensión, Cristo inaugura el Nuevo Pacto, aboliendo el Antiguo y estableciendo un nuevo sacerdocio que asegura la reconciliación y la comunión perpetua entre Dios y su pueblo.


 

El Sacerdocio de Cristo: Una Transición hacia el Nuevo Pacto

La figura de Cristo como sumo sacerdote en el Nuevo Pacto es una doctrina fundamental en la teología cristiana que encuentra su mayor desarrollo en el libro de Hebreos. Sin embargo, para comprender adecuadamente esta enseñanza, es esencial abordar la idea de que Cristo no asumió el rol de sumo sacerdote mientras vivía en la tierra, sino que lo hizo después de su resurrección y ascensión al cielo. Este ensayo explora cómo el sacerdocio de Cristo, según el orden de Melquisedec, se establece únicamente después de su entrada al Lugar Santísimo celestial, y cómo esto se vincula con la inauguración del Nuevo Pacto mediante su sacrificio en la cruz.

La Imposibilidad de Ser Sumo Sacerdote en la Tierra

Cristo, durante su ministerio terrenal, no pudo ejercer el sacerdocio bajo la ley mosaica debido a su linaje. Según la ley del Antiguo Pacto, el sacerdocio estaba estrictamente reservado para los descendientes de Aarón, de la tribu de Leví. Este mandato era inamovible: ningún otro podía asumir el rol de sacerdote, mucho menos el de sumo sacerdote, si no pertenecía a esta familia específica. Como declara Hebreos 7:13-14, "Porque aquel de quien se dicen estas cosas, pertenece a otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Porque es evidente que nuestro Señor descendió de Judá, tribu de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio."

Cristo, siendo descendiente de la tribu de Judá, conforme a la carne, no calificaba para el sacerdocio levítico. Su ministerio en la tierra estuvo enfocado en predicar el reino de Dios, enseñar la verdad del Evangelio y realizar milagros que testificaban su divinidad. Sin embargo, en ningún momento de su vida terrenal asumió o ejerció las funciones sacerdotales que requerían oficiar en el templo o presentar sacrificios, algo que estaba reservado exclusivamente para los descendientes de Aarón. Esta restricción legal subraya que el sacerdocio de Cristo debía ser de un orden completamente distinto, uno que no estuviera basado en la descendencia según la carne, sino en un principio superior y eterno.

El Nuevo Sacerdocio y el Nuevo Pacto

Para que Cristo pudiera convertirse en sumo sacerdote, era necesario que se estableciera un nuevo sacerdocio, uno que no dependiera del linaje levítico, sino que tuviera su fundamento en una orden eterna y superior. Aquí es donde entra en juego la figura de Melquisedec, mencionada en el libro de Hebreos como el arquetipo de un sacerdocio distinto al de Aarón. Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, es presentado en Génesis 14 como una figura misteriosa y singular que bendice a Abraham, recibiendo de él los diezmos. Hebreos 7:17 subraya la profecía mesiánica: "Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec."

Este sacerdocio no estaba basado en la descendencia física o en una ley externa, sino en el poder de una vida indestructible. De esta manera, para que Cristo asumiera el rol de sumo sacerdote, era necesario un cambio de ley, lo que implicaba la inauguración de un nuevo pacto. El antiguo pacto, con sus leyes y regulaciones acerca del sacerdocio levítico, debía ser abrogado y sustituido por un nuevo orden, donde Cristo pudiera ejercer su sacerdocio en un sentido pleno y definitivo.

La Inauguración del Nuevo Pacto mediante el Sacrificio de Cristo

El establecimiento del nuevo sacerdocio y del Nuevo Pacto está íntimamente ligado al sacrificio de Cristo en la cruz. La muerte de Cristo no fue simplemente un evento aislado, sino que actuó como el acto inaugural del Nuevo Pacto. En la última cena, Jesús se refiere al vino como "mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mateo 26:28). Con estas palabras, Jesús estaba señalando que su muerte sería el sacrificio que sellaría el Nuevo Pacto entre Dios y la humanidad.

Este sacrificio tenía características propias de un sacrificio de paz o comunión, donde no solo se expiaban los pecados, sino que también se celebraba una comunión renovada entre Dios y su pueblo. En el Antiguo Testamento, los sacrificios de paz no solo expiaban, sino que también permitían a los oferentes participar en una comida sagrada, simbolizando la paz y la comunión restaurada con Dios. De manera similar, la Eucaristía, instituida por Cristo, es una participación en su cuerpo y sangre, celebrando la comunión renovada que ha sido posible gracias a su sacrificio.

El Rol de Cristo como Sumo Sacerdote: Una Función Post-Resurrección

Es crucial entender que, aunque el sacrificio de Cristo se llevó a cabo en la cruz, su rol como sumo sacerdote se activa plenamente solo después de su resurrección y ascensión. Hebreos 9:11-12 afirma: "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención."

Este pasaje revela que la obra de Cristo como sumo sacerdote no se realiza en un templo terrenal, sino en el celestial, y que este ministerio comienza después de su resurrección. En la cruz, Cristo ofrece su vida como sacrificio, pero es al ascender al cielo que entra al Lugar Santísimo verdadero, donde presenta su sangre, no como un sacrificio repetitivo, sino como uno perfecto y suficiente para la redención eterna. Este acto es la culminación de su obra sacrificial y la inauguración de su sacerdocio en el cielo.

La Expiación y la Aplicación de la Sangre en el Contexto del Nuevo Pacto

La expiación en el contexto del Nuevo Pacto está directamente vinculada al papel de Cristo como sumo sacerdote. La expiación no se completa simplemente en la muerte de Cristo, sino que encuentra su cumplimiento en su entrada al Lugar Santísimo celestial, donde presenta su sangre ante el trono de gracia (Hilasterion). En este sentido, la expiación es un acto sacerdotal que Cristo realiza como sumo sacerdote en el cielo, después de su resurrección.

Es en este contexto que la expiación adquiere su pleno significado: no es simplemente la remisión de pecados, sino la purificación y reconciliación total que Cristo realiza al interceder continuamente por los creyentes en la presencia de Dios. La sangre de Cristo, ofrecida una vez y para siempre, es la garantía del perdón y la base sobre la cual se establece el Nuevo Pacto, anulando así el Antiguo Pacto y sus regulaciones.

Conclusión

El sacerdocio de Cristo, según el orden de Melquisedec, solo se establece plenamente después de su resurrección y ascensión, cuando entra al Lugar Santísimo celestial. Durante su vida terrenal, Cristo no pudo ejercer el sacerdocio debido a su linaje, pero su sacrificio en la cruz inaugura un nuevo pacto que permite la instauración de un nuevo sacerdocio. Este sacerdocio, no basado en la ley mosaica, sino en el poder de una vida indestructible, es el fundamento del Nuevo Pacto, que implica no solo la expiación de pecados, sino la restauración completa de la comunión entre Dios y su pueblo.

La muerte de Cristo es, por tanto, el sacrificio de pacto que sella esta nueva relación, mientras que su rol como sumo sacerdote se cumple en el cielo, donde intercede por los creyentes y aplica su sangre como expiación final y completa. Este nuevo sacerdocio y pacto transforman radicalmente la relación entre Dios y la humanidad, estableciendo una comunión eterna basada en el sacrificio perfecto de Cristo y su ministerio continuo como sumo sacerdote en el Lugar Santísimo celestial.

 

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